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"Quien quisiera acercarse al pensamiento de Sócrates debería preguntarse primero a qué Sócrates va a dirigir su atención. Podría, por ejemplo, recoger un diálogo de Platón, donde la figura socrática es casi por regla general su protagonista. También sería legítimo tomar en sus manos uno de Jenofonte, o incluso las memorias que este discípulo escribió sobre su maestro. Su itinerario estaría incompleto si no incorporara, además, la versión aristofánica, en la cual aparecen y desaparecen muchas características netamente socráticas, aunque cubiertas de un barniz caricaturezco.
Finalizado este recorrido, quizás le surja una pregunta: ¿con cuál quedarme? Una opción sería adoptar aquel que más se correspondiera con el pretendido personaje histórico, cuestión absolutamente indecidible si tenemos en cuenta que sólo conocemos a Sócrates a través de lo que se dijo de él o en nombre de él. Otra alternativa podría ser optar por una figura con una fisonomía coherente y cerrada, sea la platónica, la de Jenofonte, la de Aristófanes o una mixtura de todas ellas. Esta actitud es viable pero poco atractiva, ya que excluye el aspecto más interesante de Sócrates: cualquier aproximación a él ha estado, desde siempre, atravesada por el desacuerdo. Por supuesto, si el conflicto de posiciones fuera radical, nunca habría sido siquiera posible reconocer al mismo filósofo en cada una de sus actualizaciones.
Las páginas de este libro pueden ser vistas como un contendiente legítimo del gran y hermoso desacuerdo sobre quién fue, qué hizo y qué significó Sócrates. Cualquiera que se acerque con ciertas ideas previas respecto de su vida y su actividad intelectual podrá reconocer rasgos aquí y allá, pero también será capaz de ver emerger una imagen nueva y diferente, que no necesariamente coincidirá con aquella que los autores imaginaron. Esto es así porque el sentido de la historia que este conjunto de viñetas narra permanece tan abierto como el de su protagonista principal."