"En 1982, la dictadura militar que gobernaba el país decidió intentar recuperar las islas que estaban bajo el poder de los ingleses. Así se inició una guerra desigual contra una de las mayores potencias militares del mundo.
Para la aviación argentina, aquella guerra fue el bautismo de fuego, el momento crucial en el cual los pilotos de nuestro país entraron en combate por primera vez, y descubrieron muy pronto que para enfrentar a ese enemigo de enorme poderío tecnológico solo podían valerse de su destreza y su valentía, porque técnicamente no contaban con ningún medio.
En Malvinas el clima es malo la mayor parte del tiempo, con nubes bajas, vientos furibundos, lluvias (en mayo de 1982 cayeron 57 mm en solo 20 días), y una sensación térmica que, en la época de la guerra —otoño y comienzos del invierno—, llegaba a los 25º bajo cero.
La mayoría de los aviones argentinos no tenían el equipamiento técnico en buen estado, y los pilotos carecían de experiencia en combate. La base estaba en el continente, por lo cual debían recorrer casi 900 kilómetros solo para alcanzar la zona de conflicto; de hecho, a veces a los aviones no les alcanzaba el combustible para volver al continente luego de un ataque, y quedaban en el camino.
Pero, ante la sorpresa de todo el mundo —especialmente de los ingleses—, estos pilotos se convirtieron en poco tiempo en una pesadilla para sus enemigos, volando a 1.000 kilómetros por hora a ras del mar para evitar los radares, apareciendo súbitamente a unos pocos metros de las fragatas inglesas y pasando entre sus mástiles para arrojar las bombas con mayor efectividad, o bien enfrentando en combates aéreos a aviones enemigos que contaban con misiles y tecnología moderna, desafiándolos solo con su coraje y su viejo avión que a veces ni siquiera tenía radio.
Esos hombres no ganaron la guerra, por supuesto. Pero escribieron una de las páginas más heroicas de la historia de la aviación mundial."
160 págs.